Violencia en el aula

La tragedia de Barcelona ha supuesto un cambio importante en el concepto que la ciudadanía tiene de la realidad de los centros educativos.

Una de las preguntas que más hemos oido estos días ha sido: 
- ¿Vosotros tenéis este tipo de alumnado? 

Todo el mundo espera que respondamos que no, que en nuestros centros no existe ese grado de violencia, que no peligra nuestra integridad física; pero lo cierto es que tenemos muchos alumnos susceptibles de reaccionar violentamente ante la menor contrariedad. Chicos/as acostumbrados a que nadie  pusiera jamás límites a sus deseos y/o caprichos, dispuestos a gestionar cualquier dificultad con conductas agresivas.

Frente a ellos a menudo padres impotentes que satisfacen hasta el último capricho con tal de ocultar el sentimiento de culpabilidad que les produce el no poder dedicarles todo el tiempo que necesitan.

No nos estamos refiriendo a alumnos con problemas neurológicos, ni con brotes psicóticos puntuales, imprevisibles, no. Nos referimos a alumnos considerados "normales" que pasan demasiadas horas solos, visionando escenas cargadas de violencia y reproduciéndolas con la mayor naturalidad a través de juegos interminables.
Alumnos a los que cualquier norma externa les parece una agresión, cualquier negativa un atentado a su libertad, a sus derechos.
Chicos/as dispuestos a todo.

Hace unos días en una sesión de clase en el aula de informática sonó un móvil. Lo pedí, ni siquiera pretendía retenerlo, simplemente apartarlo para que no nos molestara.
La respuesta del alumno fue inmediata, parecía como si le hubiera pedido que se arrancara un miembro de cuajo, perdió el control, empezó a golpear las paredes con los puños y a lanzar cuanto estaba a su alcance.

Me mantuve tranquila. Ni por un momento se me pasó por la cabeza la idea de que aquellos objetos pudieran darme, me preocupaba mucho más la integridad del resto de alumnos.
 Entonces ocurrió algo inesperado: 
Del otro extremo del aula se levantó Andrei, un alumno rumano, y con la mayor tranquilidad se colocó en medio de ambos, protegiendo con su cuerpo el mío.

Le pedí que se sentara - "no es necesario, de verdad"- , controlaba la situación, yo misma le calmaría; pero él ni se movió, se mantuvo a mi lado sirviéndome de escudo hasta que terminó la clase, mientras decía: 
- " No profe, está muy agresivo"
y esquivándolo, intentaba calmarlo mirándole a los ojos y repitiéndole: 
- "Escucha lo que te dice, tranquilízate"

Terminé la sesión con una mezcla de sentimientos encontrados, por una parte sentía  la inquietud de ver hasta qué punto tenemos próxima la violencia y cómo se pueden perder los estribos por algo insignificante, y por otra, la satisfacción de comprobar que afortunadamente todavía hay chicos/as como Andrei que, sin dejar de sonreír, sin perder la calma, te muestran su afecto con un gesto protector.

No todo está perdido.



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